PASAJE DEL TERROR..."FUIMOS LOS PRIMEROS". PACHA SITGES




EL PASAJE DEL TERROR ... “Fuimos los primeros”. PACHA SITGES

Había acabado la temporada de verano en Pacha Sitges, verano del ochenta y dos, debíamos hacer una fiesta de comienzo de temporada otoño-invierno, la propuesta era la REENTREE, y la verdad es que me parecía flojilla, debíamos ser un poco más transgresores.

Lo que venía por delante en Sitges era el Festival de Cine, pero aún faltaba casi un mes, pues se hacía como ahora en el mes de Octubre.
El caso es que me reúno con mi equipo y les digo: -vamos a hacer la fiesta del Terror, vaya que vamos a dar miedo.

¿Y como vamos a hacer? Dijeron todos, y nos pusimos a hacer lo que hoy día se llama Brainstorming, Y fijaros que salió.

Lo primero, decidimos que la fiesta sería para el viernes, sábado noche y domingo tarde, pues el montaje era muy complicado y no merecía la pena hacerlo para una sesión sólo.

Decidí pintar toda la masía del Pachá por la parte exterior, de color Negro, Ricardo me dijo: - estás loco, pon unos filtros de colores en las luces de jardín y ahórrate todo ese trabajo, está claro que tenía razón, pero eso era tan poco épico que no me seducía.

Así que compramos bidones de pintura plástica blanca y tinte negro para teñir la pintura blanca, pero no había forma de convertirla de color negro, lo máximo que nos salía era un color gris chimenea, así que optamos por olvidarnos del negro y nos conformamos con el color gris que nos había salido de tal mezcla.

Unos pitaban el exterior, brochas, rodillos y escaleras varias fueron necesarias para acometer semejante reto.

Tengo que decir que en aquella época nuestro personal era un equipo muy implicado en todo lo que hacíamos, colaboraba todo el mundo sin excepción, y la empresa les recompensaba pagando a veces la comida, que solían ser unos pollos a l’ast y patatas chips.

Mientras los del exterior pintaban, otros nos dedicábamos a llevar a cabo el PASAJAE DEL TERROR, quiero destacar, que ese fue el primer pasaje del terror, recordad que era el año ochenta y dos, y las atracciones del Tibidabo de Barcelona, que presumen como pioneros de tal pasaje, no lo abrieron hasta mitad de los noventa.

Nos llevó toda la semana trabajando mañana y tarde para tenerlo todo listo el viernes a la hora de abrir, la verdad es: que fue un trabajo de chinos.

Cuando entraban los clientes se les daba una vela de cera, había un candelabro justo al lado de la taquilla con al menos cincuenta velas, igual que en un castillo medieval, una vez les habían dado la vela, entraban por la puerta que había justo al lado de la puerta de los servicios de las chicas, puerta que forma parte de la circunvalación de la discoteca, dejábamos entrar en grupitos, de tres a cinco personas, una vez entraba el grupito cerrábamos esa puerta y se empezaba a oír el griterío de las chicas.

Nada más entrar a la derecha hicimos una pequeña cabina de mando, era de madera y tela negra y dentro había una persona escondida, esa persona por un pequeño orificio lateral, lo primero que hacía una vez el grupo dentro, era sacar una mano peluda y apagar la vela, quedando en principio todos en una oscuridad total, lo siguiente que ocurría, era que en el grupo, lo normal es que alguien llevara un mechero, e intentaban encender la vela que les habían apagado.

Pero era del todo imposible, desde la cabina de mando accionábamos una turbina de aire que si alguien hubiera llevado peluquín se le hubiera ido a parar al mar.

Mas griterío, el grupo intentaba encontrar la salida en la oscuridad, una pequeña luz se encendía para dejar ver un ataúd donde se hallaba un esqueleto, tal cual el de las clases de ciencia, no recuerdo quien nos lo había dejado. Con unos hilos de pescar y unas mini poleas el dichoso esqueleto se levantaba del ataúd. Mas griterío aún si cabe.

Se apagaba la luz y otra vez a oscuras, se encendía otra pequeña luz en otro lugar, para enseñar el camino, había que agacharse y entrar por un agujero redondo, allí en varios rincones te asustaba el Conde Drácula, el Jorobado de Nôtre Dame o Frankenstein, ellos se encargaban de volver a reanimar el griterío.

La salida del pasaje, estaba situada a la izquierda de la cabina del disc-jockey, pero aún les esperaba el susto final.

A pocos metros de la salida, ya viendo incluso el resplandor de las luces de la pista, el grupo que había entrado se relajaba porque ya  veía la salida.

Nuestro amigo Ma, que trabajaba con su padre en rebajes y construcciones, nos dejó un compresor de los que se utilizan para rebajar montañas, ese compresor estaba situado en el lado derecho de la masía Pachá, del compresor salía una manguera que entraba por una pequeña ventana lateral a la discoteca y atravesaba todo el techo hasta bajar a un pequeño rincón donde teníamos a una persona escondida.
Dicha manguera llevaba aire comprimido, imaginaros como de comprimido. Una brutalidad, nosotros al final de la manguera le pusimos un grifo de paso. Total, que abríamos el grifo detrás del grupo, el aire al salir provocaba un estruendo tan grande que el mismo ruido ya era un susto enorme, pero la potencia del chorro era capaz de levantar las faldas a las chicas y dejar a los chicos sin jersey, por supuesto todos despeinados.

La gente disfrutaba lo que no os podéis llegar a imaginar, hubo grupos que hicieron el recorrido varias veces, sobre todo con chicas diferentes, porque ellos se hacían los machitos y ellas reían y chillaban y así como os cuento un viernes noche, un sábado noche y un domingo tarde, fuimos los primeros en el concepto del Pasaje del terror.

Ya habíamos acabado el fin de semana con un exitazo en todos los sentidos, todo el equipo estaba que rebosaba de satisfacción y les digo: -No os quiero aguar la alegría, pero la semana que viene hay que desmontar todo y volver a pintar el exterior de la masía de blanco otra vez. –Tu flipas, me dijeron.

Como veía que me iban a llamar de todo menos bonito, decidí invitarlos a cenar, solíamos cenar juntos muchos domingos, pero cada cual pagaba lo suyo, esa noche pagaba la empresa.

Después de cenar unos se fueron a casa y otros nos fuimos a seguir la velada, yo tenía por entonces un Jeep Willis, autentico del ejercito tuneado y una chulada, así que en el Jeep nos montamos al menos siete, íbamos escuchando una cassette de música y sonaba la canción WAT’S GOING ON de MARVIN GAYE

Con nosotros iba un camarero, un poquito “cagao” imaginaros si era cagao, que montones de veces, yo subía en mi moto por la tarde al Pachá y me lo encontraba por la carretera subiendo andando, incluso sudando por el calor del verano, yo me paraba y me ofrecía a llevarlo, y él me decía: -Yo no me monto contigo ni muerto, eso era porque yo entonces iba muy rapidito con la moto y él era un miedica.

Conducía el Jeep por el paseo de Sitges, escuchado a Marvin gaye, él sentado en la plaza de al lado mío, llegamos al final del paseo, debajo de la iglesia, enfoco hacia las escaleras de la iglesia, pongo la reductora y la tracción a las cuatro ruedas, el miedica ni se imaginaba lo que iba a hacer con las escaleras.

Me arrimo al primer escalón y doy gas, y del tirón subimos el primer tramo, él no sé si me gritaba, si reía o lloraba, yo dirigí el Jeep al último y más largo tramo de escaleras y también del tirón, nos encaramamos hasta la plaza de la Iglesia, yo creo que el miedica se quería bajar en marcha del Jeep, pero creo que eso le debía también dar miedo y no fue capaz.

Total, que llegamos a la parte de la plaza de la Iglesia, paro el coche, yo muerto de risa, él se baja. Yo no había visto jamás una persona llorando y riendo a la vez de tal forma, fue tal la emoción que vivió, lo miro, sin pararme de reir y veo que se había hecho “pipí” en los pantalones.

Otro día os contaré como lo convencí una vez para que se montara de paquete en mi moto.

Cobrábamos por trabajar en Pachá, pero la verdad es que deberiamos haber tenido que pagar nosotros por ese privilegio.


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